Por: Yamile  Garcia

Cuando el movimiento no es más que la quietud azuzada por la tranquilidad,
la naturaleza sueña profundo.
respira lento y nos convierte en semillas de hacedores,
retoños de ojos y partes de ella.

Y ahí estaba, el Ensueño, el verde oliva, el verde intenso, el verde luz, el verde paz, el verde vida. Estar, morar, vivir, son verbos relacionados con habitar un espacio, acciones mil veces hechas y repetidas por años, pero aquí se configuran de otra manera, cual amalgama de ritmos involuntarios, de contrahechos placenteros, de relaciones acompasadas, de armonías. Tres semanas de recorridos, de descubrir que las dimensiones no son más que percepciones sobre lo desconocido, me hacen sentir que aprendo cada día de los murmullos de las personas de la región, de sus silencios pensados o instintivos, de sus conversaciones a cuenta gotas, del insomne transcurrir del río y crecer paciente de las plantas. Así, la Residencia, que en principio buscaba escudriñar en la memoria de los vecinos para rastrear los posibles mitos sobre la polinización, y ante la ausencia de estos, la irrelevancia que les asignan, y el temor exacerbado a su presencia –sobre todo a las abejas africanizadas- se ha transformado en un intento por poner de presente el papel de las abejas como agentes determinantes en el ciclo de siembra y cosecha. De manera que me propongo hacer pequeños panales que contengan mis experiencias en este lugar, que sean un recordatorio de su importancia y el símbolo de su aporte a nuestros procesos de alimentación.

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