(for english see below)
Por : Camila Villegas
Vine hace tres meses a Taganga a hacer un taller de educación artística con niños para fomentar en ellos un sentido de pertenencia con su espacio. Llegué para poner arte en las calles de Taganga y la mente de sus niños. Llegué llena de expectativas y dudas y todo resultó muy distinto a lo que había imaginado pero fantástico. Todo valió la pena.
Taganga es un sitio muy dual. Me sentí tanto recibida por una familia como una completa foránea: excluida y aparte. Las personas pueden llegar a ser muy amables, mientras otras son parcas y distantes. Y es que eso les hace a las personas un país en el que a veces parece que en nadie se puede confiar. Las calles están llenas de basura y a veces corren ríos de agua misteriosa que huelen mal, pero solo basta levantar la mirada y al horizonte está el mar, en un calma que parece de cuento. A los lados se ven las montañas verdes y en todo lado hay mariposas amarillas, como si fuera un pueblo escrito por García Márquez. Taganga es un personaje multidimensional; con ella se viven momentos buenos y malos. Igual, cuando llegar el atardecer, cualquier momento malo, cualquier incomodidad del día se olvida.
Durante mi estadía acá pude desacelerar el paso que he tomado en Bogotá y pude unirme al paso de los habitantes de Taganga. Aquí nadie camina rápido. Aquí es perfectamente válido acostarse en el chinchorro a sentir el viento, aquí está bien sentarse a hablar largo y también quedarse en silencio a ver el sol. La vida es simple, la pesca provee lo necesario y las personas son felices. No hay tarjetas de crédito ni deudas por pagar.
Aprendí más de lo que enseñé. No fui una súper heroína salvadora que curó todas las carencias de los niños con los que trabajó. Pero creé vínculos, empecé discusiones, los hice pensar y logré que los chicos se sintieran involucrados en su comunidad. Eso, es un logro especial.
Todo valió la pena.
Para ver el proceso de esta experiencia puedes entrar a:
https://www.youtube.com/watch?v=lDe2HxPa2eI
What I Found in the Sea
By: Camila Villegas
I came three month ago to Taganga with an arts education workshop in mind. The objective was to foment their sense of identity towards Taganga through art. I came to put art in the streets of Taganga and in the minds of its kids. I came here full of expectations and doubts and everything turned out absolutely different from what I imagined, but absolutely wonderful. It was absolutely worth it.
Taganga is quite a dual place. I felt welcomed in to a family and absolutely foreign at the same time. People can be very warm and friendly but some are also distant and dry. I guess that´s what a Country so lacking in safety can do to people, they lose their trust. Streets are filled with garbage and sometimes even mysterious rivers that smell bad. But you just have to look up and there it is: The Sea, in a dream-like tranquility that makes you believe you are in a dairy tale. To your sides you can see lush, green mountains and there are yellow butterflies everywhere. This town is like it had been written by García Márquez. Taganga is a multidimensional character, with her you live awful and wonderful moments but at the end of the day, when the sunset strikes nothing matters.
During my stay here, I could unwind, slow down my pace and join the soft paced Locals. Here, unlike Bogotá, no one is running. Here, it is perfectly valid to just sit on the hammock and feel the wind, here it’s perfectly valid to have long talks and to just silently look at the sun. Life is simple, fishing provides what’s necessary and people are happy. There are no debts or credit cards, life just is.
I learned more than what I taught. I was not a savior that erased all the needs of the children she worked with. But I made bonds, I started discussions, I made them think and I involved actively them at an early age with their community. This is a special accomplishment.
It was all worth it.
To take a look at all the process you can check: